Don
Juan definía al guerrero como un
luchador por excelencia. Era un estado de ánimo, un talante propiciado por el intento de los chamanes de la
antigüedad; un ánimo en el que cualquier hombre podía introducirse.
‑El
intento de aquellos chamanes ‑dijo
don Juan‑ era tan agudo, tan poderoso, que solidificaba la estructura de
guerrero en quienquiera que lo pulsara, aun cuando no fuera consciente de ello.
Para
los chamanes del México antiguo, el guerrero era, en síntesis, una unidad de
combate tan afinada para la lucha en su entorno, tan extraordinariamente
alerta que, en su forma más pura, no necesitaba nada superfluo para sobrevivir.
Un guerrero no tenía necesidad de regalos, ni de ser apoyado con palabras o con
actos, ni de recibir consuelo o incentivos. Todas esas cosas estaban incluidas
en la propia estructura del guerrero. Dado que tal estructura estaba
determinada por el intento de los
chamanes del México antiguo, aquellos chamanes se aseguraron de incluir en ella
cualquier cosa previsible. El resultado final era un luchador que luchaba solo
y que extraía de sus propias silenciosas convicciones todo el impulso que
precisaba para seguir adelante, sin quejas, sin necesidad de reconocimiento.
Personalmente,
encontraba fascinante el concepto de guerrero, al tiempo que me parecía una de
las cosas más aterradoras con las que jamás me había topado. Pensaba que, de
adoptar ese concepto, llegaría a esclavizarme sin tener el tiempo o la
disposición para protestar, analizar o quejarme. Quejarme había sido un hábito
de toda mi vida y, la verdad, habría luchado con uñas y dientes con tal de no
renunciar a él. Pensaba que quejarse era propio de un hombre sensible, valiente
y directo que no titubea en defender sus actos ni en decir lo que le gusta y lo
que le disgusta. Si todo eso iba a convertirse en un organismo luchador,
corría el riesgo de perder más de lo que podía soportar.
Eso
era lo que pensaba por dentro. Y, sin embargo, codiciaba la dirección, la paz,
la eficiencia del guerrero. Una de las grandes ayudas que emplearon los
chamanes del México antiguo para establecer el concepto de guerrero fue la idea
de tomar nuestra muerte como compañera, como testigo de nuestros actos. Don
Juan decía que en cuanto se acepta esta premisa, por muy livianamente que sea,
se tiende un puente que salva el abismo entre nuestro mundo de los asuntos cotidianos
y algo que tenemos enfrente y que no tiene nombre; algo que está perdido en una
niebla, que parece no existir; algo tan tremendamente difuso que no puede
utilizarse como punto de referencia, pero que está allí, innegablemente
presente.
Don
Juan afirmaba que el único ser de la Tierra capaz de cruzar ese puente era el
guerrero: silencioso en su lucha, imparable porque no tiene nada que perder,
práctico y eficaz porque tiene todo que ganar.
Carlos Castaneda, La Rueda del Tiempo
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